miércoles, 5 de diciembre de 2012

Amanecí "vieja"



Esta mañana me levanté de la cama, adormilada caminé hacia el baño, me lavé la cara, y allí, en el espejo, descubrí a una señora que se parecía a mi mamá, Viéndome con ojos medio bizcos del sueño. ¡Soy yo! Me tomó unos segundos darme cuenta. Y me aterré. Estoy vieja. Ayer no tenía estos caminos que van desde la nariz hasta la boca. Estos deltas en los extremos del ojo. Ayer no tenía estos cabellos blancos alrededor de la cara. Ayer mis senos eran firmes, mis muslos duros como troncos, mis brazos no colgaban como banderines. Todo estaba en su lugar. Pensando que era una pesadilla, me metí en la ducha fría y sólo logré que me diera taquicardia. Me vestí con dificultad, me costó agacharme para amarrarme los cordones, tengo que comprar mocasines, pensé.

No puede ser. Esto nunca me iba a pasar a mí. Se suponía que siempre iba a ser joven. Se suponía que siempre iba a poder subir las escaleras sin cansarme. Se suponía que comer a las tres de la mañana nunca me iba a dar acidez. Los adolescentes nunca me iban a parecer molestos, la época presente sería “mi época” y jamás me haría una cirugía plástica. Qué cursi. Jamás ahorré para mi jubilación, tendría tiempo después. Algún día. Cuando envejeciera que iba a ser ufffffff, mucho más tarde, después, pasado mañana. Jamás me preocupé por el futuro, iba a llegar algún día, no hoy.

Jamás pensé que mi hija me vería como a una vieja, una raya, una intrusa. No te vistas así, mamá, no bailes con las manos así, no digas esas cosas delante de mis amigos. Me das pena. Esas cosas se las decía yo a mi mamá, porque mi mamá era una vieja. No era una tipa actual y posmoderna como yo. Al menos eso creía yo.

Tendría tiempo para hacer miles de cosas antes de envejecer: viajar, comprar una casa en la playa, hacer un postgrado, aprender francés. El tiempo se me fue no sé en qué tonterías. Pero ni casa en la playa, ni postgrado ni “oui monsieur”. No sé qué se me hizo con el tiempo. Pasó sin darme cuenta. Demasiado ocupada estaba en cumplir para darme la oportunidad de vivir.

Algún día iba a empezar a cuidarme para no llegar a vieja como mi mamá, jorobada, con lumbago y tensión alta. Iba a dejar de fumar. Iba a dejar de comer carne. Iba a hacer ejercicios todos los días. Tal vez hasta comenzaría a hacer yoga y meditar. No hice nada de eso. Ni siquiera empecé a tomar calcio a los 30. Y ahora estoy jorobada, me duelen las piernas y fumo como un camionero.

Me molesta el ruido a toda hora, la música demasiado alta, protesto como mi papá solía hacerlo. Vivo peleando con mi hija porque habla mucho por teléfono y me refiero a "comiquitas" que nadie se acuerda que existieron. Veo a los cuarentones como muchachitos y los chavales me ven como un bicho raro cuando les explico que no, en mi infancia no había Internet. Ni ordenadores. Ni fax. Ni DVD.

Me imagino que todo esto fue un proceso. Pero yo me di cuenta hoy. Esta mañana. Se los juro. Salí a la calle con ganas de despejarme, pedí un café en la barra de la panadería y la señorita -tan simpática- que atiende, me dijo “doñita”. Entonces me di cuenta, es oficial. Bienvenida a la vejez. Ya estoy averiguando precios de cirugías pláticas. Quiero quitarme las arrugas, subirme todo lo que se me haya caído y sacarme todo lo que me sobre. A ver si engaño al espejo, que no al tiempo.

Indira Páez

Estilos Blog

Imagen Alice R.

Si la cabeza te dice una cosa.

1 comentario:

  1. Una dolorosa verdad....y yo la leo ..y me digo ...todavía me falta...pero creo que no ...BU!

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